domingo, 17 de octubre de 2010

Calamidades


Yo era una joven en edad de casarme. Vivíamos una vida tranquila rodeada de comodidades. Mi padre trabajaba en un banco, mi madre cuidaba de la casa y mi hermano estaba en el ejército.

Íbamos a la iglesia y por las tardes bordábamos con ella, mientras tomábamos el té; a veces venían mis amigas o las de mi mamá, así las tardes se hacían entretenidas. También asistíamos a alguna fiesta que ofrecían los amigos de mi padre, porque era el mejor lugar para encontrar marido.

Mi vida era alegre y siempre había gozado de muy buena salud, pero de un día para otro empecé a sufrir una serie de desmayos. Me ponía blanca como un papel y fría como la noche. Los médicos no podían encontrar la causa de mi mal. Dejé de asistir a las fiestas porque había tenido varios desmayos en público, y las señoras de sociedad comenzaron a murmurar por lo bajo, decían: que lo que tenía podía ser contagioso. Cuando salía a caminar, las personas bajaban a la calle, nadie quería tenerme cerca y hasta en la iglesia se alejaban de mí.

Mis amigas dejaron de visitarme, sólo mi Nana me acompañaba y mi madre no hacía más que llorar.

A causa de mi enfermedad mi padre perdió el empleo, por eso comenzó a beber día y noche. Mi hermano partió a la guerra donde murió tiempo después. Mi familia estaba envuelta en un manto de desgracias.

Pasaba días y días en la cama como muerta, estaba muy débil; en mi casa reinaba el silencio y la amargura.

Una mañana, no sé como pero desperté con buen semblante, mi Nana me puso un vestido rosa con tules y moños blancos y me sacó al jardín. La mañana era de lo más agradable, estuve un rato contemplando las flores de la primavera y escuchando el canto de los pájaros. No me acuerdo de qué estábamos hablando con mi Nana, porque de pronto me quedé en silencio sin poder terminar la frase. No pudieron despertarme, todo intento fue inútil ¿Estaba muerta?

Se organizó el funeral, pero nadie asistió, el cortejo fue de lo más triste, sólo me acompañaron mis padres y mi Nana, ni los sirvientes fueron, ya que habían huido hacía tiempo. Decían que la casa estaba embrujada por eso me había enfermado.

Ni el sepulturero quiso enterrarme por lo que mi ataúd quedó a la intemperie durante la noche.

Estaba encerrada en esa caja fría y fue donde desperté. Abrí los ojos, estaba oscuro y entré en pánico, al darme cuenta de mi situación, ya que este siempre había sido mi miedo más profundo, el que me enterraran viva. Traté de salir y lo logré, la tapa estaba abierta, seguro que por miedo a contagiarse ni siquiera se tomaron el trabajo de sellarla. El aire fresco me dio en el rostro, empecé a temblar y todavía llevaba el vestido rosa.

Quería caminar, pero hacía unos pasos y me caía, me senté un momento y traté de aclarar mi mente. Me habían dado por muerta y si volvía mi madre se moriría del susto y las demás persona creerían que era cosa del diablo o algo peor y podrían perseguirme a mí y a mí familia hasta darnos muerte. También pensé que podía ocultarme en el ático hasta sentirme con más fuerzas y así poder irme hacia algún lugar donde nadie me conociera.

Por fin, logré llegar a mí casa. Rodeé la entrada y entré con sigilo, e inmediatamente subí al ático. No podía creer lo que me estaba pasando, me recosté en un sillón viejo y creo que:

-¿Me quedé dormida?

Me encontré en una ciudad, como yo no había visto nunca. Las calles eran de color dorado, los carruajes parecían que flotaban y los caballos estaban ataviados con adornos brillantes, la gente se veía feliz y yo me sentía como rejuvenecida, parecía que todo mi mal había desaparecido. Me senté en un banco y unos niños se acercaron cantando, uno de ellos me dio un beso y se fue con los demás. Luego una mujer me regaló una rosa, tan rosa como mi vestido el cual parecía recién lavado, el perfume me invadió y me sentí feliz…

Me desperté. No sé cuanto tiempo había pasado, baje del ático y al escuchar voces me escondí, no quería que mi madre me viera, pero no era la voz de ella. Me asomé un poquito y vi a dos hombres. Hice silencio pues quería saber que hacían en mí casa:

-Se la dejo a buen precio, no va encontrar otro lugar como este.

-No sé si es lo que estoy buscando, teniendo en cuenta los acontecimientos aquí ocurridos, me parece que usted pide demasiado.

-Pero si total usted va a derrumbar todo, para hacer algo totalmente nuevo.

Yo no daba crédito a lo que escuchaba, mis padres iban a vender la casa, la casa donde crecimos con mi hermano, donde habíamos sido tan felices, bueno hasta mi enfermedad. Quería decirles que no estaba en venta, pero no podía dejar que me vieran y lo que escuché a continuación desearía no haberlo escuchado jamás:

-Sí, tiene usted razón, pero a mí esposa le da un poco de miedo.

-No debe hacer caso a las habladurías de la gente.

-Es que dicen que la joven vestida de rosa hace más de treinta años que aparece en esta casa.

-Pero no, nada que de eso es verdad, vamos a tomar un café y llegaremos a un acuerdo.

Fue entonces cuando descubrí la verdad, mi vestido rosa era la prueba.

FIN

Laura Quinteros

22/10/2008

domingo, 12 de septiembre de 2010

El cuento y sus raíces





Cuento, narración breve, oral o escrita, de un suceso real o imaginario. Aparece en él un reducido número de personajes que participan en una sola acción con un solo foco temático. Su finalidad es provocar en el lector una única respuesta emocional. La novela, por el contrario, presenta un mayor número de personajes, más desarrollados a través de distintas historias interrelacionadas, y evoca múltiples reacciones emocionales.

La evolución histórica del cuento es más difícil de fijar que la de la mayoría de los géneros literarios. Originariamente, el cuento es una de las formas más antiguas de literatura popular de transmisión oral. El término se emplea a menudo para designar diversos tipos de narraciones breves, como el relato fantástico, el cuento infantil o el cuento folclórico o tradicional. Entre los autores universales de cuentos infantiles figuran Perrault, los hermanos Grimm y Andersen, creadores y refundidores de historias imperecederas desde Caperucita Roja a Pulgarcito, Blancanieves, Barba Azul o La Cenicienta.

Durante la edad media se escriben en Europa occidental numerosos relatos de tema y estilos diversos. Los romances de caballeros, en prosa o en verso, fueron muy populares en Francia. El poeta inglés Geoffrey Chaucer y el italiano Giovanni Boccaccio conservaron y desarrollaron lo mejor de la tradición antigua y medieval en sus variadas historias escritas en prosa y verso: fábulas, epopeyas de animales, ejemplos (cuentos de carácter didáctico-religioso), romances, fabliaux (cuentos eróticos y de aventuras) y leyendas. Los Cuentos de Canterbury de Chaucer, El conde Lucanor del infante don Juan Manuel y el Decamerón de Boccaccio, que figuran entre lo más destacado del género, están claramente inspirados en Las mil y una noches.

En obras como Las mil y una noches, el Decamerón y el Heptamerón se reafirma el significado de la palabra ‘cuento’ desde el punto de vista etimológico: computum, cómputo. Cada noche, por espacio de mil y una, Scheherazade se salva de morir a manos de su marido, el sultán, contándole apasionantes cuentos recogidos de diversas culturas. La influencia de esta obra fue decisiva para el desarrollo posterior del género en Europa. Un cuento sucede a otro en un proceso acumulativo que difiere la llegada de la muerte (Las mil y una noches) o evita enfrentarse con la realidad de la peste que asola a Florencia (Decamerón). Proceso semejante, aunque distante, es el que se cumple en las ruedas de amigos contando chistes (considerado, por otra parte, otra forma del relato breve). El mundo de la ficción narrada permite separarse por un tiempo de los azares de la vida cotidiana.

Siglo XIX

El cuento tal como lo conocemos hoy alcanza su madurez a lo largo del siglo XIX en las numerosas publicaciones aparecidas en las revistas literarias, que a menudo reflejan las principales modas de la época. Durante el romanticismo destacan los relatos de Heinrich von Kleist y E.T.A. Hoffmann en Alemania; Edgar Allan Poe y Nathaniel Hawthorne en Estados Unidos, y Nikolái Gógol en Rusia. El realismo florece en Francia durante la década de 1830 y hacia finales del siglo desemboca en el naturalismo, basado en la posibilidad de predecir científicamente las acciones y reacciones humanas. Otras influencias estilísticas dignas de mención en el relato del siglo XIX son el simbolismo y el regionalismo

Estados Unidos

Hasta la llegada del siglo XIX el cuento tiene como elemento principal la narración de determinados acontecimientos. A partir de este momento, los escritores se interesan más por las motivaciones de los personajes que por los propios sucesos. Simultáneamente, su atención se dirige hacia una economía narrativa: estructuración elaborada de los hechos, exclusión de todo material secundario, control estricto del punto de vista y concisión. Edgar Allan Poe fue el primer escritor que definió de este modo el relato y demostró su teoría artística en algunos de sus propios cuentos, manipulando el escenario, los personajes y los diálogos para crear inexorablemente en el lector el estado de ánimo propicio para el crimen perfecto. La brevedad y la necesidad de condensación recomendadas en principio para el cuento demuestran su parentesco con la poesía. Prueba de ello es que la Filosofía de la composición de Poe parte del análisis de su poema “El cuervo”: los rasgos apuntados en el texto se convirtieron en la base teórica para la caracterización del cuento, tal como se lo entiende actualmente. Los cuentos de Hawthorne, por su parte, ponían seriamente a prueba el carácter y la importancia moral de los hechos, ofreciendo una descripción ambigua de su realidad física.

Henry James, uno de los principales maestros del género, cuya influencia se deja sentir en varias generaciones de narradores, destacó la importancia de una “inteligencia central” para configurar y filtrar los elementos del relato. En algunos de sus relatos James se sirve del narrador para transmitir una sensación de proximidad y realismo psicológico, mientras que en otros, como “El fajo de cartas”, experimenta con el punto de vista para presentar la historia a través de una serie de cartas escritas por seis personas que viven en una pensión francesa.

Alemania

El relato heredero de la novella italiana se desarrolló en Alemania con autores como Hoffmann, Kleist y Theodor Storm. La novella se centra en un único acontecimiento de carácter extraordinario que afecta a uno o más personajes y concluye de manera sorprendente a partir de un giro significativo en la historia.

Rusia

Durante la primera mitad del siglo XIX los cuentos rusos se ocupan de hechos fantásticos o sobrenaturales, y abundan en ellos, como en otras literaturas europeas, los relatos de fantasmas, apariciones y seres de otros mundos. Posteriormente se desarrolló una corriente realista que analizaba los pensamientos y emociones del ser humano o criticaba la sociedad de su época. Entre los principales autores del género cabe citar a Lérmontov, Turguéniev, Tolstói y Chéjov. Gógol influyó en el desarrollo posterior del género al fundir el sueño y la realidad en El abrigo, la historia de un insignificante oficinista que se derrumba psicológicamente cuando le roban su abrigo nuevo y más tarde regresa de entre los muertos convertido en fantasma con el propósito de hacer justicia. La influencia de Gógol se observa en El cocodrilo de Dostoievski, donde un funcionario es devorado por un cocodrilo y comienza a desarrollar sus teorías económicas desde el vientre del animal. Los relatos realistas de Tólstoi se inscriben en una línea diferente dentro de la ficción rusa. Así, por ejemplo, en La muerte de Ivan Illich analiza los pensamientos y emociones de un hombre a punto de morir, al tiempo que critica la frivolidad de la familia y amigos, que se niegan a afrontar la realidad de la muerte. Pero, sin duda, el maestro de la ironía fue Chéjov. Para Chéjov el personaje es más importante que la trama. En El ataque al corazón un cochero intenta transmitir a sus pasajeros el dolor que siente ante la muerte de su hijo, pero el único que le escucha es su caballo. En Vania un niño escribe a su abuelo pidiéndole que lo rescate de sus duras condiciones de vida, pero envía la carta sin la dirección correcta y sin sello.

Francia

Durante el siglo XIX Honoré de Balzac y Gustave Flaubert, más conocidos por sus novelas, escribieron también cuentos que gozaron de un amplio y merecido reconocimiento. Prosper Mérimée, por su parte, puso todo su talento al servicio del relato. Pese al estilo desafectado y fluido de sus obras maestras (Colomba o Carmen), Mérimée logra expresar la pasión en toda su fuerza. El maestro del relato naturalista en Francia fue Guy de Maupassant, autor de más de 300 cuentos en los que pone de manifiesto su talento para encontrar un perfecto equilibrio entre la economía y la estructura formal del relato. Tomados en conjunto, sus relatos ofrecen una detallada descripción de la sociedad francesa de finales del siglo XIX.

Siglo xx

A partir de 1900 se ha publicado una enorme cantidad de cuentos en casi todas las lenguas. Los experimentos temáticos y narrativos rivalizan con la maestría en el arte de narrar cuentos a la manera tradicional, como se observa en la obra del escritor inglés Somerset Maugham. Discípulo de Maupassant, Maugham figura entre los escritores de cuentos más prolíficos y populares. La mayoría de los países cuentan al menos con un gran escritor de relatos en el siglo XX. Cabe mencionar a la escritora neozelandesa Katherine Mansfield, en cuyo personal estilo se deja sentir la influencia de Chéjov. El gran talento de Mansfield para captar y reflejar las ironías de la vida ha servido de estímulo a varias generaciones de escritores.

Estados Unidos

En ningún otro país el cuento ha cuajado tan ampliamente como en Estados Unidos. Entre los principales autores del siglo cabe citar a Mark Twain, Stephen Crane, Ernest Hemingway, William Faulkner, Isaac Asimov y Raymond Carver.

Otras Tradiciones

A lo largo del siglo XX se han escrito cuentos en todas las lenguas europeas, así como en las lenguas de Asia, Oriente Próximo y algunas lenguas africanas. Una lista que incluyera sólo a los principales exponentes del género resultaría ya excesivamente larga. Entre los más sugerentes y cautivadores cabe citar al escritor checo Franz Kafka. En sus relatos, la realidad se funde magistralmente con la fantasía, al tiempo que aborda temas siempre vigentes como la soledad humana, la ansiedad y la relación entre el arte y la vida.

La rica tradición yidis continúa influyendo en la literatura contemporánea. Destaca en este sentido la obra de los judíos centroeuropeos, entre los que cabe mencionar al escritor de origen polaco Isaac Bashevis Singer.

Los autores del África subsahariana, ya sean negros o blancos, comparten invariablemente la fusión de fantasía, realidad y compromiso político. Son de destacar en este ámbito los Cuentos africanos de Doris Lessing o los Cuentos escogidos de Nadine Gordimer.

Los cuentos asiáticos se mueven entre la fidelidad a la tradición y el experimentalismo contemporáneo. Los autores más conocidos en Occidente son el japonés Yukio Mishima y el indio Rabindranath Tagore.

El cuento en el ámbito hispano

El romanticismo, que da una nueva vida al elemento maravilloso como soporte fundamental del cuento, tiene su principal exponente en España en la figura de Gustavo Adolfo Bécquer. En la primera mitad del siglo XIX el género se desliza hacia el costumbrismo y adquiere plena carta de naturaleza en la literatura de la segunda mitad del siglo. Sobresale en este periodo la figura de Fernán Caballero, seguida de importantes cuentistas como Leopoldo Alas Clarín, Juan Valera y Emilia Pardo Bazán. A finales del XIX el cuento queda plenamente liberado de su significado primigenio y se sitúa en un plano semejante al de la novela, permaneciendo vivo en la obra de una serie de escritores que identifican el relato breve con la obra de sabor popular. Tras la Guerra Civil conoce un nuevo florecimiento con autores como Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Álvaro Cunqueiro o Juan García Hortelano, y en los últimos años Carlos Casares, Javier Marías, Cristina Fernández Cubas o Quim Monzó.

Aunque el cuento hispanoamericano nació a finales del siglo XIX con Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, la atención de la crítica se ha centrado principalmente en la nueva literatura latinoamericana, convertida acaso en el fenómeno literario más destacable y fecundo del siglo XX. El escritor argentino Jorge Luis Borges examina la condición humana de un modo que recuerda en cierto sentido a los mitos de Kafka, y su influencia en la literatura universal es comparable a la del escritor checo. En los cuentos de Borges, lo fantástico aparece siempre vinculado al juego mental, y sus elementos recurrentes son el tiempo, los espejos, los laberintos o los libros imaginarios. Entre sus principales libros de relatos cabe mencionar Historia universal de la infamia (1935), El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1944), El Aleph (1949) o El libro de arena (1975). El argentino Julio Cortázar, influido directamente por Poe y muy cercano al surrealismo francés, plantea en sus cuentos la existencia de dos espacios paralelos: el real y el sobrenatural. Sus principales libros de relatos son Bestiario (1951), Historias de cronopios y de famas (1962) y Octaedro (1974). Dentro de la tradición literaria argentina relacionada con la evolución del cuento, debe citarse a Horacio Quiroga, autor de un “Decálogo” en el que fija las pautas que ha de seguir un buen cuentista: brevedad, concisión, huida de lo ampuloso, ambigüedad, entre otras. En el panorama iberoamericano deben ser citados nombres como el de la brasileña Clarice Lispector, el colombiano Gabriel García Márquez, la chilena Isabel Allende, el uruguayo Juan Carlos Onetti o el mexicano Juan Rulfo. En la obra de este último lo inverosímil y mágico no es menos real que lo cotidiano y lógico. Esta nueva concepción de lo literario se ha dado en llamar realismo mágico.

Cuento hispanoamericano

Cuento hispanoamericano, género narrativo cuya evolución en el continente muestra, al mismo tiempo, el influjo de las grandes corrientes literarias europeas y la capacidad para recrearlas, adaptarlas a las nuevas realidades estéticas y sociales, y finalmente superarlas en un esfuerzo de imaginación. Por todas estas circunstancias el cuento hispanoamericano es una de las manifestaciones literarias más notables en este siglo.

SIGLO XIX

Aunque las fantasías exóticas elaboradas, a comienzos del siglo XIX a partir de modelos europeos, por el cubano Heredia pueden invocarse como un antecedente, se considera que la primera expresión cuentística que refleja la realidad hispanoamericana de un modo original es El matadero, escrito por el romántico argentino Esteban Echeverría hacia 1839, y considerado una obra maestra del periodo. La obra permaneció inédita hasta 1871, cuando el crítico Juan María Gutiérrez la publicó en una revista de Buenos Aires; es decir, en una situación literaria y social completamente distinta, lo que permitía apreciar mejor sus valores permanentes. El relato es una síntesis notable de todas las formas narrativas de su tiempo y adelanta algunas de épocas posteriores: el artículo de costumbres, la leyenda romántica, la narración ejemplarizante, el realismo social, el naturalismo, y muchos más detalles. Nadie en ese periodo estuvo a su altura, pese a las esporádicas contribuciones del cubano Juan José Morillas, la argentina Juana Manuel Gorriti y el ecuatoriano Juan Montalvo. En el último tercio del siglo, los relatos con elementos fantásticos del mexicano José María Roa Bárcena y las irónicas tradiciones de Ricardo Palma agregan interesantes variaciones en el crepúsculo del romanticismo. Pero la expresión más original y moderna del cuento finisecular es la que brinda Eduardo Wilde, un autor que pertenece a la llamada generación de 1880 en Argentina, pero literariamente inclasificable por el carácter insólito de su imaginación.

Por el mismo periodo en que ese escritor empezaba a escribir, dos tendencias surgen con gran fuerza en el cuento: el realismo y el naturalismo, ambos de origen francés. El rasgo testimonial y crítico del primero y el determinismo cientifista y el pesimismo ideológico del segundo pueden encontrarse fusionados —a veces con rastros modernistas— en algunos de los grandes cuentistas alineados en estas tendencias: los uruguayos Eduardo Acevedo Díaz y Javier de Viana; los chilenos Federico Gana, Baldomero Lillo y Augusto D’Halmar; y los argentinos Roberto J. Payró y Fray Mocho.

El modernismo y las vanguardias

La fase modernista y posmodernista, que comienza en las últimas dos décadas del XIX, significan un profundo cambio en estos modelos cuentísticos: surge el relato artístico, refinado, sugerente, con anécdota mínima y brillantes ambientaciones, con símbolos sensuales y decadentes. Las variedades del cuento modernista son múltiples: la crónica-cuento de Manuel Gutiérrez Nájera, las brillantes parábolas y aguafuertes de Rubén Darío, las historias decadentistas de Manuel Díaz Rodríguez, y otros. Pero, sin duda, los dos grandes maestros asociados al posmodernismo son el argentino Leopoldo Lugones y el uruguayo Horacio Quiroga. Posteriores a ellos y vinculados en mayor o menor grado a las tendencias de vanguardia, aparecerán los argentinos Macedonio Fernández y Roberto Arlt, el guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, el uruguayo Felisberto Hernández y el ecuatoriano Pablo Palacio. En la vertiente opuesta, neorrealista, criollista o indigenista, pueden mencionarse el peruano José María Arguedas, el uruguayo Enrique Amorim, el chileno Manuel Rojas y el puertorriqueño José Luis González.

Desde Jorge Luís Borges

A partir de la década de 1940 hay una notable renovación del género que escapa a las clasificaciones convencionales pues son una verdadera síntesis de formas estéticas muy diversas, que ya no tiene correspondencias europeas. La indiscutible gran figura es Jorge Luis Borges, creador de un mundo propio de fantásticas especulaciones basadas en fuentes metafísicas y teológicas. La madurez artística que el cuento hispanoamericano ha alcanzado a partir de 1950 queda ejemplificada en la obra de autores tan trascendentes como los argentinos Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar, los cubanos Alejo Carpentier y Virgilio Piñera, los guatemaltecos Miguel Ángel Asturias y Augusto Monterroso, el uruguayo Juan Carlos Onetti, los colombianos Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, el peruano Julio Ramón Ribeyro, los mexicanos Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco, el uruguayo Mario Benedetti, los chilenos José Donoso y Jorge Edwards y la puertorriqueña Rosario Ferré.




domingo, 15 de agosto de 2010

Libro "Lo que trajo el Carcarañá"

Quería compartir con ustedes, la alegría que tuve al publicar mi segundo libro “Lo que trajo el Carcarañá” .
No es una tarea fácil, pero al final del camino cuando uno ve el sueño hecho realidad, comprende que el esfuerzo valió la pena.
Escribí lo que me salió del alma, le puse garra, sentimiento y corazón. También he retaceado tiempo a mi familia, los que por suerte me entienden y me acompañan en todo momento, porque sin el apoyo de ellos, sería imposible llegar a donde quiero. Y quiero llegar muy lejos, quiero traspasar las fronteras de mi pueblo, que todos sepan que aquí en Los Surgentes hay una mujer con ganas de triunfar, y emprender el largo camino al éxito.
Me he comprometido con lo que hago, porque el hecho de escribir y publicar no significa que no deba seguir aprendiendo todos los días.
Algunos de los cuentos, son como una iluminación fugaz, como los relámpagos: duran poco pero se ve todo en un instante, y otros un poco más largos, como la espera del amanecer y deseo que al leerlos sientan que esa espera valió la pena.
Ellos tienen el poder de provocar, sorprender y transformar al lector, y tengo la viva esperanza que ustedes se quedaran extasiados con la lectura.
Otra vez he puesto toda la carne en el asador, y anhelo que ustedes puedan disfrutar de cada cuento como el más exquisito manjar, degustarlo y saborear cada palabra. Que se vuelvan locos, experimenten y se pongan en la piel de los protagonistas; ellos, son los que invadirán sus mentes y los harán transitar por mundos paralelos entre la ficción y la realidad.
He lanzado la red al río y la he recogido llena de historias nuevas, ahora deseo que ustedes se beneficien con mi hallazgo; mi segundo libro “Lo que trajo el Carcarañá” para que lo disfruten de principio a fin.

Texto de contratapa

La segunda obra que la autora escribe, para deleite de ella y de los lectores que la siguen, quiénes han recibido en su ceno, el libro anterior con mucho entusiasmo. En esta obra, los cuentos son totalmente nuevos, frescos y actuales como ella ya, lo ha demostrado; que puede encerrar en una historia, hechos y personajes que el lector no puede dejar de vivenciar.

La autora ha lanzado la red al río Carcarañá y con mucha satisfacción la ha recogido llena ideas, que ha plasmado en cada hoja de este libro.

Ahora, deja de ser de ella para pasar a las manos del lector; quién es en definitiva el que evaluará el resultado final.

Cada historia es una aventura diferente, como el cause del río, que a veces se torna tranquilo y en otros corre con furia; como la pesca que se practica en él; las historias te sorprenden, ellas pueden ser un dorado o una mojarrita, pero el tamaño no hace la diferencia, porque todas son únicas y dan ganas de leerlas hasta el final.

Algunos se preguntarán: ¿Por qué ha elegido éste título? Y la respuesta es simple: uno de los cuentos; el más significativo para la autora da el nombre al libro, porque se inspiró en la figura de su hermano mayor, para armar el personaje masculino, cuyo apodo verdadero da nombre al cazador de la historia titulada: Lo que trajo el Carcarañá.

viernes, 13 de agosto de 2010

“Historias populares cordobesas”


Derecho de autor:

Municipalidad de Los Surgentes

Capítulo 4

Personas y personajes

Alas

Para Nicolás Robbiano su sueño se hizo realidad, ¡Qué mejor regalo podía pedir para sus 18 años! El 13 de marzo 1939, día de su cumpleaños, se recibió, convirtiéndose en el piloto privado (PP) más joven del país, bajo la matrícula Nº 246.

A los 24 años tuvo su primer avión, para seguir volando, para despegar con alas propias y luego aterrizar, sabiendo que era una realidad.

Nicolás fue el primer piloto del pueblo y voló durante 40 años, con 5.000 horas de vuelo en su haber. Cuando alguien se refiere a él, dice simplemente: “Robbiano, el aviador”

Maestro

Su nombre completo era José Cortés Saura, nacido en Ager, Lérida, España. Hijo de Gregorio Cortés y Victoria Saura.

Una personalidad curiosa y atrayente, en la que mucho debe haber influido el hecho de no tener aquí familiares. Vivió solo, pero sus alumnos y amistades pudieron suplir en parte aquella ausencia y le permitieron dedicarse por entero a su profesión.

Muchas veces se pusieron en tela de juicio sus métodos y modalidades, recibió críticas y hasta fueron menospreciados los certificados que otorgaba en sus cursos. Sin embargo, los que fueron sus alumnos los recuerdan con un gran cariño, no exento de admiración.

Los últimos años, “el Maestro” los vivió en el Hospital Vecinal. Allí gracias a su lucidez, en 1989, un grupo de alumnos de 2do año del Inst. P. D. Emilio Castoldi pudo entrevistarlo y mantener un diálogo revelador ya que, desliza expresiones y conceptos que permiten inferir, entre líneas, una fuerte y singular personalidad.

Capítulo 7

Misceláneas

Anécdotas que tienen historia.

El pollo

“…José Ripet (“Cusa”), buen amigo, vivía al lado de mi casa, donde hoy vive Doña Tita de Riba. Me invita a un baile, en el taxi de Miguel Giaveno. Íbamos nosotros dos, más “Tonito” “Gentile, el Negro” Pino, “Nicola” Gentile y el “Toro” Muñoz; seis en el taxi. Era al otro lado del río, en la “chacra” de los Alessandroni, creo que a beneficio de la escuela. Llegamos al baile, estuvimos un rato y por ahí uno dice:

“¿Vieron los pollos que hay?, que lindo para comprar uno”. Bueno, vamos.

Cada uno colaboró con lo que tenía, monedas, costaba $2. Fueron a comprarlo, pero ya no había más, estaban todos vendidos.

“No podemos quedarnos sin comer pollo”; el Negro y Tonito, que eran dos traviesos, se pusieron de acuerdo; uno entretuvo al vendedor, y el otro robó el pollo.

Al rato el Negro se acerca y dice. “En el auto está el pollo”.

Doce, doce y media de la noche regresamos a comer el pollo.

“¿No habremos hecho macana?”, preguntó uno del grupo.

“Hablemos con el Sargento.”

“Buenas noches, Don Barrera, nos mandamos una macana.”

“¿Qué hicieron?”

“Nos robamos un pollo, lo tenemos en el auto…”

Y el Sargento contestó: “Y qué vamos a hacer, lo comemos nomás…”, era re gauchazo el Sargento.

Cuando habíamos terminado de comerlo aparece el vendedor declarando el robo. El sargento le contestó: “Ya vamos a investigar, ya vamos a ver quien hizo tal cosa…”

Éramos muchachotes de 22 años, así nos divertíamos…”

jueves, 5 de agosto de 2010

Abrazo en espera

Estaba entretenida haciendo las tareas del hogar, cuando sonó mí celular, era un mensaje de texto: de mi amiga Raquel de Buenos Aires y decía: “Malas noticias, murió Pepe el papá de Vero”
Me senté, trague saliva, la noticia fue como caer a un precipicio. Comencé a llorar, Vero era mi amiga de la infancia, fue la primer amiga que tuve en la vida. Me sentía impotente con lo ocurrido, no era para menos; Yo, estaba en Córdoba y ella allá tan lejos. Quería salir corriendo para estar a su lado pero no podía.
Por mi cabeza comenzaron a pasar los momentos tan felices que viví en su casa. Allí tuve una fiesta sorpresa, cuando cumplí ocho años.
Sus padres eran gente macanuda, descendientes de italianos. Pepe su papá, era muy bueno, a veces quería ser su hija también.
A los once años nos separamos, yo me mude a Córdoba, ella se quedó junto a su familia.
Crecimos nos hicimos grandes cada cual siguió su camino. Vero se recibió de maestra jardinera, junto con su prima Raquel y yo, no estudié nada, pero igual estoy cumpliendo mis sueños. Siempre estuvimos en contacto por medio de cartas primero, y por mensajes de texto después.
Pero esta vez, con eso no alcanzaba, quería estar allá, en ese momento tan difícil que ella y su familia estaban pasando. Por eso siento que le debo un abrazo de esos, que sólo saben dar los amigos de verdad.


Laura Quinteros
21-6-2009

lunes, 2 de agosto de 2010

"Corregir y dar de nuevo"

“Corregir y dar de nuevo”

Revista Ñ sábado 16 enero 2010

Ya sabemos: el poder de la lectura se encuentra en su capacidad para abrir el texto, desenvolverlo, hacerlo propio. Es el lector quien interpreta y da sentido. Pero sería necio no admitir que cuando el texto se convierte en libro, cuando ya no puede ser modificado por su autor, algo se clausura. Por eso, la importancia de ese momento en el cual el escritor se coloca frente a lo ya escrito antes de llevarlo a la imprenta. Sin caer en dramatismos, pero teniendo en cuenta que luego, y hasta nuevas ediciones –si las hay será demasiado tarde.El riesgo es corregir demasiado quitándole al cuento, la novela o el poema esas impurezas que muchas veces tienen que ver con lo verdadero: "No pienso la revisión o la corrección como una promesa de adecentamiento o emprolijamiento del texto", dice Sergio Chejfec, "sino como un bastión de arbitrariedad. Creo que toda escritura predica lo incompleto, lo esquivo y lo que pierde forma, también predica todo lo erróneo pero cierto que tenemos alrededor; por lo tanto, la corrección, pensada como parte de la escritura, debe proponer la misma imperfección de todo lo construido o artificial y no buscar ocultarlo". La primera vez que fui a un taller literario tendría unos diecisiete, dieciocho años", cuenta Samanta Schweblin. "El tallerista era un escritor que apenas nos doblaba en edad y corregía los textos con una lapicera roja, al mismo tiempo que los leía en voz alta, para todos. Cuando leyó mi texto se detuvo a mitad de la primera hoja, con un gesto de reprobación. Pensé que, tal como había ocurrido con otros alumnos, me haría algún comentario, bueno o malo. Sentí que estaba preparada para todo. Pero él miró su lapicera, se estiró hasta el escritorio, la cambió por un grueso marcador de pizarra rojo y, con toda la meticulosidad del mundo, dibujó una cruz gigante sobre cada una de las tres páginas de mi cuento. 'Vas a tener que empezar de nuevo', me dijo". Parece imposible que ni siquiera se salvara una frase, una palabra, una línea... quizás habría que haber tamizado la lectura del vehemente coordinador con la de alguno de los asistentes del taller, como para salir de dudas. Parafraseando al pragmático Stephen King –él mismo tiene un sistema de corrección según el cual debe disminuirse progresivamente el número de palabras de versión en versión– siempre se trata de valoraciones subjetivas. Cuando coinciden cuatro o más lectores, según King, habría que correr a corregirlo todo.Con el paso del tiempo, esos grupos de taller pueden transformarse en grupos de pares, con los que se debaten textos en proceso. Gruss así recuerda esta etapa: "El taller de Mario Jorge De Lellis fue mi cimiento. Eramos crueles. En general, se contestaba con el texto de algún grande, se leía mucho. En particular, lo menos que nos decíamos era 'lindo'. A mí me han hecho pasar pruebas durísimas, como el no incluirme en una antología porque 'todavía no estaba para eso'; y tenían razón. Lo acaté y agradecí. En las reuniones de El escarabajo de oro, aprendí por qué un texto es bueno o no. Se fundamentaba todo. El que no leía era eyectado del grupo". Más tarde quizás, se recurra a algún escritor admirado para una "clínica de obra". Muchas veces será la autoridad del nombre detrás del escritor lo que funcione. El lugar que ocupe este lector autorizado dentro del campo literario puede ser algo que no tenga importancia para los más experimentados, pero para el que recién comienza, no es poca cosa. Cualquiera que visite el blog de Gustavo Nielsen, por ejemplo, puede leer la larga transcripción de una charla con Fogwill, allá por el 93, en la que el autorCorrige –frase a frase– un cuento del, entonces, inédito Nielsen. Más allá de la anécdota, hacer pública esta intervención implica que algo se juega en ese intercambio.Otra cuestión, es la del género literario. "En un cuento", dice Schweblin, "una palabra de más, una coma mal elegida, es como un adoquín en medio de la ruta, uno avanza a cien kilómetros por hora, y no es que al esquivarlo no haya chance de sobrevivir, pero sería mucho mejor que no hubiera estado ahí". Claro, una cosa será corregir un cuento en su concepción más clásica, ese engranaje casi de relojería, otra una novela y otras, atender a las demandas de la poesía: "la narrativa pide más culo en silla"Quizá tenga que ver con el lugar en el que cada uno ponga el acento: la frase, la palabra, la cadencia pero también la trama, el argumento, los personajes, el género que se aborde. Lo interesante será que la manera de corregir lleve consigo una reflexión sobre el lenguaje y la propia práctica.Es más fácil corregir un texto que cualquiera de las cagadas que uno fue cometiendo en la vida, especialmente la de publicar y creérsela."

domingo, 1 de agosto de 2010

"La puerta"



La Puerta

Cuando niña, en mi casa había una habitación, a la cual no podía entrar, yo tenía curiosidad de saber que había detrás de esa puerta. Sólo mi madre tenía acceso a ella.
Cuando nadie me observaba, yo me acercaba y trataba de escuchar algún sonido, pero aparecía mi mamá y me retaba:
-Ya te dije Marina, que no podes estar husmeando por acá.
Yo me iba corriendo, enojada, pero pronto volvía a la carga, hasta que un día, me senté en la puerta y me puse a leer un cuento. Mi mamá me vio al pasar pero no me dijo nada, entonces pensé que podía volver a hacerlo y así todos los días, al volver de la escuela, me sentaba ahí y me ponía a leer. Otras veces, imaginaba que hablaba con alguien, entonces le contaba cosas de la escuela, de mis amigas. Le contaba mis sueños.
Un verano, me fui de vacaciones a la casa de mí tía Marta, pero yo extrañaba la puerta, es que era el lugar donde yo me podía encontrar conmigo misma. Le pregunté a mi tía:
-¿Vos sabes qué hay detrás de la puerta?
Ella me miró, fingiendo indiferencia, yo me di cuenta de que se hizo la tonta, pero me contestó:
-Sos muy chiquita para saber las cosas de los grandes, vos tenés que estudiar, jugar, y ser feliz. De lo demás, se encarga tú mamá. Ella sabe lo que hace.
Esa respuesta me dejó aún más abrumada, ¿Qué era lo que ocultaba mí mamá?
Cuando volví a casa, la puerta seguía cerrada, nada había cambiado, me senté como siempre y le conté, todas las cosas que había hecho:
-Hola, te extrañé, pero me divertí, anduve a caballo, fuimos a pescar con mi primo el pescó uno grande y yo uno pequeño, todos se rieron de mí. Tengo una amiga nueva que se llama Carla, ella vive en una estancia vecina a la de mí tía con sus padres, ellos me invitaron para el año próximo, no sé si voy a ir porque te voy a extrañar y no quiero dejarte.
Un día, volví del colegio llorando, porque me había peleado con Teresita, mi compañera, entonces me senté en la puerta y comencé a contarle lo que me había pasado. Estaba tan enojada que di tres golpes en la puerta diciendo ¿Me entendiste? …y me fui. Pero al rato volví, estaba más tranquila, no sé que esperaba, talvez una respuesta que no llegaría jamás. Al terminar de hablar, volví a repetir los tres golpes diciendo: ¿Me entendiste?
Desde ese día, cada vez que le hablaba, hacía lo mismo…
Fui creciendo, la adolescencia me alcanzó, como a los demás chicos, entonces empecé a ir a fiestas, que organizábamos con mis compañeros, así conocí a un chico que se llamaba Walter. Esa noche, apenas llegué a casa, corrí a la puerta y le conté lo bien que la había pasado. Al terminar, di los tres golpes, con la misma frase de siempre: ¿Me entendiste?, luego me acosté y soñé toda la noche con Walter.
Terminé el secundario y me fui a estudiar a la capital. Estando allá, no dejaba de pensar en la puerta. A veces, no podía concentrarme en mis estudios pues la extrañaba mucho, más que a mi mamá. Es que me pasaba horas hablándole a una puerta silenciosa y ausente y el colmo era seguir extrañando ese hecho. Me preguntaba: ¿me estaré volviendo loca?
Siempre que podía, regresaba pronto a casa, sólo para sentarme ahí y contarle lo que hacía, con quien hablaba, cómo eran mis maestros, lo que estudiaba. Una vez le contaba sobre: la historia Argentina, otras veces, le hablaba de Napoleón y hasta le conté sobre La Guerra de Troya.
Con los años me recibí de profesora de historia y por suerte conseguí un puesto en mi ciudad, ya que no quería alejarme de la puerta otra vez.
Una noche, me desperté con los gritos de mi mamá que me llamaba, corrí para ver que le pasaba, estaba en la cama envuelta en sudor, tenía frío, yo no sabía que hacer, quise llamar al médico pero ella no me dejó, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

-Marina, llegó la hora de mi muerte, ahora pagaré por mi pecado, espero que puedas perdonarme, por lo que te oculté todos estos años. Por fin sabrás qué hay detrás de la puerta y me dio la llave, esa llave que tanto había codiciado. Luego de entregármela me dijo:
-Que Dios me perdone.
Y se sumió, en un sueño eterno.
Yo me quedé ahí parada, con mi mamá muerta y las llaves en la mano. Me sequé las lágrimas. Tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba triste y por otro me sentía feliz porque por fin se develaría el misterio.
Dejé la habitación y caminé por el pasillo con paso lento. El corazón me latía con fuerza. Me temblaba todo el cuerpo, tenía miedo, pues no sabía con que me iba a encontrar. Sentí que no estaba preparada todavía para ese momento. Nunca me imaginé tener la llave en la mano.
Me paré frente a la puerta, puse la llave, la gire y esta se abrió. Estaba un poco oscuro, por eso encendí la luz y lo que vi me hizo cerrar la puerta de un golpe. Se me aflojo el cuerpo, trate de recuperarme, debía ser más fuerte que nunca.
Conté hasta tres y volví a abrir la puerta, esta vez entré despacio y me acerqué, creo que él me sonrió. La baba le corría por la comisura de los labios, estaba en una silla de ruedas.
Mil preguntas llegaron a mi mente. ¿Quién era?, ¿Por qué mi mamá lo había ocultado todo estos años?...
En una mesita, había un sobre que decía: “Marina”. Lo abrí, y leí lo siguiente:

“Si estas leyendo esta carta es porque estoy muerta, espero que puedas perdonarme, él será recordado como el héroe que murió en la guerra y no como el lisiado que volvió de ella. El orgullo de la familia está en tus manos”.

Yo estrujé la carta y la dejé caer. Me arrodillé y me puse a llorar. Él, me tocó la cabeza. Parecía que entendía mi dolor. Lo miré y le dije:
Estoy feliz de que estés vivo, para mí eres un héroe, porque sos mí Papá y sin pensar le dije la misma frase de siempre: ¡¿Me entendiste?!
Tres golpes, fueron la respuesta.


Fin

Laura Quinteros
Cuento publicado en el libro
“Cuentos Que Surgen”
Octubre 2009







"Hay que tener, lo que hay que tener"

Hay que tener, lo que hay que tener

Yo, estaba leyendo un artículo médico cuando mi hijo Tomás se acercó y me pregunto-
-¿Papá, vos sos un héroe?
-¿Por qué me preguntas eso?
-Porque en la tele, una señora dijo: que los doctores que trabajan en los hospitales son verdaderos héroes.
-Los héroes están en los dibujos que vos miras, yo sólo soy tú papá. Dame un beso grande y anda a jugar.
-Es que yo me imaginé que vos llegabas al hospital con una espada mágica y curabas a todos los chicos.

Tomás salió corriendo, mientras en el dintel de la puerta estaba parada Elena, quien había escuchado todo.

-¡Qué imaginación tiene nuestro hijo!
-¿Te parece? Ojalá yo fuera un héroe, solucionaría tantas cosas, pero bueno, hago lo que puedo.
-¿Tan mal están las cosas en el hospital?
-Cada vez peor, los chicos se nos están muriendo en nuestras narices y no podemos hacer nada. Sin medicamentos es imposible trabajar y para colmo al darles el alta, se van a sus casas, donde no tienen calefacción ni agua potable, por lo tanto es imposible que puedan salir adelante. En la universidad nos tendrían que enseñar, lo que tenemos que hacer cuando no hay medicamentos ni infraestructura para atender los casos que nos llegan. Parece que en los libros se saltearon una parte.
-Bueno no te pongas mal. Andá descansa un poco que lo necesitás.
-Sí, tenes razón, es que falta personal y muchos estamos trabajando doble turno, dicen que pronto se va arreglar, pero viste… Hace mucho tiempo que estamos igual.

Elena se fue a preparar la cena y Darío se recostó en el sillón de la sala, mientras leía un libro. Después de cenar, se acostó enseguida, pues debía levantarse temprano. Cerca de las cinco de la madrugada sonó el teléfono, atendió; eran del hospital, lo llamaban con urgencia. Se levantó como un rayo y salió de prisa. Afuera llovía a cántaros.
Cuando llegó, la situación era verdaderamente grave, dos micros habían chocado de frente, los heridos no paraban de llegar.
Una señora, lloraba por su hijo:


-¡Sálvelo doctor, salve a mi niño!
-Quédese tranquila, que vamos a hacer lo imposible para que su hijo se ponga bien.
Yo sabía que esas eran sólo palabras, porque él niño estaba realmente grave. Luego de unas horas, salí a dar la cruel noticia. El momento fue tan duro y tan doloroso que las lágrimas me corrieron por las mejillas y abracé a esa madre que sufría, como para tratar de consolarla.

El Director del hospital me vio al pasar y frunció el ceño.
Luego de un rato, me encontraba golpeando la puerta de su despacho, con su voz gruesa me dijo:
-Pase doctor Bermúdez. Tome asiento. Se preguntará por que lo hice llamar, lo vi hace un rato abrazando a esa señora…
-Es que a la pobre se le murió el hijo, yo trataba de consolarla.
-Lo entiendo, pero debe dejar el sentimentalismo de lado, porque si nosotros nos caemos, se cae todo.
-Es que yo…
-Mire Bermúdez, para trabajar acá, hay que tener lo que hay que tener. Las reglas son así, yo también fui joven y quería salvar al mundo entero, pero cuando uno se da cuenta de que es imposible ¡la caída es muy fuerte mi viejo! un día me va agradecer esta charla, ahora vaya a su casa y descanse le hace falta, que hace como doce horas que está acá.


Darío se fue y al cerrar la puerta el director, pensó para sus adentros:
Cuando él tenga mí edad, verá que tengo razón; el camino es largo, pero vale la pena.
Unos días después, llegaron nuevos médicos, que se incorporaron inmediatamente, entonces nuevamente el director llamó a Darío y le dijo:


-Se está organizando una comisión de médicos destinada al Norte de País, que organiza La Universidad de Medicina, será por tres meses, luego se mandará a otro grupo, lo recomendé para ser él coordinador.
-Gracias por pensar en mí
-Lo hice para que vea que allá están mucho peor que acá, no me conteste ahora, pero tiene hasta mañana sino, nombraran a otro. Esto le puede servir mucho a su carrera.
Al llegar a casa, le comenté a Elena la propuesta:
-¿Qué te parece?
-Hace lo que sientas. Vos sabés que contás con mí apoyo incondicional.
-Entonces: voy a aceptar.

No fue fácil llegar a destino. El viaje fue largo y agotador. En aquel lugar tan alejado nos recibieron con los brazos abiertos, solo había dos médicos y dos enfermeras, que hacían las veces de asistentes, cocineras y lavanderas.
Las carencias eran muchas, llevamos medicamentos, ropa de cama para el hospital, y alimentos no perecederos. Todo fue bien recibido.
Había casos de desnutrición y tuberculosis, es que los que viven lejos no tienen los medios como para llegar rápido y además el viaje al hospital les lleva varios días y para cuando llegan están tan avanzados que poco se puede hacer por ellos.
Ahí me di cuenta que lo que me había dicho él Director era verdad, para ser médico “Hay que Tener, lo que Hay que Tener” y fue cuando sentí que no quería volver, que allí hacía más falta que en la ciudad. Cuando se cumplieron los tres meses, por intermedio de mí Director conseguí un nombramiento y me quedé.
Viajaba en mula una vez por mes a los lugares más alejados, ya que a algunas personas mayores les era imposible recorrer el largo camino hasta el hospital. Así conocí a Rosendo y a su familia, cuyos hijos sufrían de desnutrición aguda y ya habían perdido dos el año anterior. Para ellos la muerte era algo tan normal que ya estaban resignados. Hice lo imposible hasta lograr sacarlos adelante y luego de muchos viajes, pude convencerlos de que la mejor opción, era ser atendidos en un lugar adecuado.
Cada viaje significaba un reto nuevo, pues no sabía con que me iba a encontrar.
Una vez llegué a un paraje donde una mujer estaba dando a luz, sin ayuda alguna, inmediatamente puse manos a lo que tenía a mí alcance para atenderla y para colmo el parto se complicó, pero pude salvar al bebé y a la madre. De no haber llegado a tiempo, los dos hubiesen muerto.

Después de quince años, sigo agradecido con mí Director, por haberme enviado acá. Comprendí que el mundo no termina en La General Paz, y que donde estoy, todavía hacen falta médicos. Si vos sos uno, dale, hacé las valijas porque…
¡Siempre hay lugar para alguien más!

FIN