domingo, 17 de octubre de 2010

Calamidades


Yo era una joven en edad de casarme. Vivíamos una vida tranquila rodeada de comodidades. Mi padre trabajaba en un banco, mi madre cuidaba de la casa y mi hermano estaba en el ejército.

Íbamos a la iglesia y por las tardes bordábamos con ella, mientras tomábamos el té; a veces venían mis amigas o las de mi mamá, así las tardes se hacían entretenidas. También asistíamos a alguna fiesta que ofrecían los amigos de mi padre, porque era el mejor lugar para encontrar marido.

Mi vida era alegre y siempre había gozado de muy buena salud, pero de un día para otro empecé a sufrir una serie de desmayos. Me ponía blanca como un papel y fría como la noche. Los médicos no podían encontrar la causa de mi mal. Dejé de asistir a las fiestas porque había tenido varios desmayos en público, y las señoras de sociedad comenzaron a murmurar por lo bajo, decían: que lo que tenía podía ser contagioso. Cuando salía a caminar, las personas bajaban a la calle, nadie quería tenerme cerca y hasta en la iglesia se alejaban de mí.

Mis amigas dejaron de visitarme, sólo mi Nana me acompañaba y mi madre no hacía más que llorar.

A causa de mi enfermedad mi padre perdió el empleo, por eso comenzó a beber día y noche. Mi hermano partió a la guerra donde murió tiempo después. Mi familia estaba envuelta en un manto de desgracias.

Pasaba días y días en la cama como muerta, estaba muy débil; en mi casa reinaba el silencio y la amargura.

Una mañana, no sé como pero desperté con buen semblante, mi Nana me puso un vestido rosa con tules y moños blancos y me sacó al jardín. La mañana era de lo más agradable, estuve un rato contemplando las flores de la primavera y escuchando el canto de los pájaros. No me acuerdo de qué estábamos hablando con mi Nana, porque de pronto me quedé en silencio sin poder terminar la frase. No pudieron despertarme, todo intento fue inútil ¿Estaba muerta?

Se organizó el funeral, pero nadie asistió, el cortejo fue de lo más triste, sólo me acompañaron mis padres y mi Nana, ni los sirvientes fueron, ya que habían huido hacía tiempo. Decían que la casa estaba embrujada por eso me había enfermado.

Ni el sepulturero quiso enterrarme por lo que mi ataúd quedó a la intemperie durante la noche.

Estaba encerrada en esa caja fría y fue donde desperté. Abrí los ojos, estaba oscuro y entré en pánico, al darme cuenta de mi situación, ya que este siempre había sido mi miedo más profundo, el que me enterraran viva. Traté de salir y lo logré, la tapa estaba abierta, seguro que por miedo a contagiarse ni siquiera se tomaron el trabajo de sellarla. El aire fresco me dio en el rostro, empecé a temblar y todavía llevaba el vestido rosa.

Quería caminar, pero hacía unos pasos y me caía, me senté un momento y traté de aclarar mi mente. Me habían dado por muerta y si volvía mi madre se moriría del susto y las demás persona creerían que era cosa del diablo o algo peor y podrían perseguirme a mí y a mí familia hasta darnos muerte. También pensé que podía ocultarme en el ático hasta sentirme con más fuerzas y así poder irme hacia algún lugar donde nadie me conociera.

Por fin, logré llegar a mí casa. Rodeé la entrada y entré con sigilo, e inmediatamente subí al ático. No podía creer lo que me estaba pasando, me recosté en un sillón viejo y creo que:

-¿Me quedé dormida?

Me encontré en una ciudad, como yo no había visto nunca. Las calles eran de color dorado, los carruajes parecían que flotaban y los caballos estaban ataviados con adornos brillantes, la gente se veía feliz y yo me sentía como rejuvenecida, parecía que todo mi mal había desaparecido. Me senté en un banco y unos niños se acercaron cantando, uno de ellos me dio un beso y se fue con los demás. Luego una mujer me regaló una rosa, tan rosa como mi vestido el cual parecía recién lavado, el perfume me invadió y me sentí feliz…

Me desperté. No sé cuanto tiempo había pasado, baje del ático y al escuchar voces me escondí, no quería que mi madre me viera, pero no era la voz de ella. Me asomé un poquito y vi a dos hombres. Hice silencio pues quería saber que hacían en mí casa:

-Se la dejo a buen precio, no va encontrar otro lugar como este.

-No sé si es lo que estoy buscando, teniendo en cuenta los acontecimientos aquí ocurridos, me parece que usted pide demasiado.

-Pero si total usted va a derrumbar todo, para hacer algo totalmente nuevo.

Yo no daba crédito a lo que escuchaba, mis padres iban a vender la casa, la casa donde crecimos con mi hermano, donde habíamos sido tan felices, bueno hasta mi enfermedad. Quería decirles que no estaba en venta, pero no podía dejar que me vieran y lo que escuché a continuación desearía no haberlo escuchado jamás:

-Sí, tiene usted razón, pero a mí esposa le da un poco de miedo.

-No debe hacer caso a las habladurías de la gente.

-Es que dicen que la joven vestida de rosa hace más de treinta años que aparece en esta casa.

-Pero no, nada que de eso es verdad, vamos a tomar un café y llegaremos a un acuerdo.

Fue entonces cuando descubrí la verdad, mi vestido rosa era la prueba.

FIN

Laura Quinteros

22/10/2008

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