domingo, 1 de agosto de 2010

"La puerta"



La Puerta

Cuando niña, en mi casa había una habitación, a la cual no podía entrar, yo tenía curiosidad de saber que había detrás de esa puerta. Sólo mi madre tenía acceso a ella.
Cuando nadie me observaba, yo me acercaba y trataba de escuchar algún sonido, pero aparecía mi mamá y me retaba:
-Ya te dije Marina, que no podes estar husmeando por acá.
Yo me iba corriendo, enojada, pero pronto volvía a la carga, hasta que un día, me senté en la puerta y me puse a leer un cuento. Mi mamá me vio al pasar pero no me dijo nada, entonces pensé que podía volver a hacerlo y así todos los días, al volver de la escuela, me sentaba ahí y me ponía a leer. Otras veces, imaginaba que hablaba con alguien, entonces le contaba cosas de la escuela, de mis amigas. Le contaba mis sueños.
Un verano, me fui de vacaciones a la casa de mí tía Marta, pero yo extrañaba la puerta, es que era el lugar donde yo me podía encontrar conmigo misma. Le pregunté a mi tía:
-¿Vos sabes qué hay detrás de la puerta?
Ella me miró, fingiendo indiferencia, yo me di cuenta de que se hizo la tonta, pero me contestó:
-Sos muy chiquita para saber las cosas de los grandes, vos tenés que estudiar, jugar, y ser feliz. De lo demás, se encarga tú mamá. Ella sabe lo que hace.
Esa respuesta me dejó aún más abrumada, ¿Qué era lo que ocultaba mí mamá?
Cuando volví a casa, la puerta seguía cerrada, nada había cambiado, me senté como siempre y le conté, todas las cosas que había hecho:
-Hola, te extrañé, pero me divertí, anduve a caballo, fuimos a pescar con mi primo el pescó uno grande y yo uno pequeño, todos se rieron de mí. Tengo una amiga nueva que se llama Carla, ella vive en una estancia vecina a la de mí tía con sus padres, ellos me invitaron para el año próximo, no sé si voy a ir porque te voy a extrañar y no quiero dejarte.
Un día, volví del colegio llorando, porque me había peleado con Teresita, mi compañera, entonces me senté en la puerta y comencé a contarle lo que me había pasado. Estaba tan enojada que di tres golpes en la puerta diciendo ¿Me entendiste? …y me fui. Pero al rato volví, estaba más tranquila, no sé que esperaba, talvez una respuesta que no llegaría jamás. Al terminar de hablar, volví a repetir los tres golpes diciendo: ¿Me entendiste?
Desde ese día, cada vez que le hablaba, hacía lo mismo…
Fui creciendo, la adolescencia me alcanzó, como a los demás chicos, entonces empecé a ir a fiestas, que organizábamos con mis compañeros, así conocí a un chico que se llamaba Walter. Esa noche, apenas llegué a casa, corrí a la puerta y le conté lo bien que la había pasado. Al terminar, di los tres golpes, con la misma frase de siempre: ¿Me entendiste?, luego me acosté y soñé toda la noche con Walter.
Terminé el secundario y me fui a estudiar a la capital. Estando allá, no dejaba de pensar en la puerta. A veces, no podía concentrarme en mis estudios pues la extrañaba mucho, más que a mi mamá. Es que me pasaba horas hablándole a una puerta silenciosa y ausente y el colmo era seguir extrañando ese hecho. Me preguntaba: ¿me estaré volviendo loca?
Siempre que podía, regresaba pronto a casa, sólo para sentarme ahí y contarle lo que hacía, con quien hablaba, cómo eran mis maestros, lo que estudiaba. Una vez le contaba sobre: la historia Argentina, otras veces, le hablaba de Napoleón y hasta le conté sobre La Guerra de Troya.
Con los años me recibí de profesora de historia y por suerte conseguí un puesto en mi ciudad, ya que no quería alejarme de la puerta otra vez.
Una noche, me desperté con los gritos de mi mamá que me llamaba, corrí para ver que le pasaba, estaba en la cama envuelta en sudor, tenía frío, yo no sabía que hacer, quise llamar al médico pero ella no me dejó, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

-Marina, llegó la hora de mi muerte, ahora pagaré por mi pecado, espero que puedas perdonarme, por lo que te oculté todos estos años. Por fin sabrás qué hay detrás de la puerta y me dio la llave, esa llave que tanto había codiciado. Luego de entregármela me dijo:
-Que Dios me perdone.
Y se sumió, en un sueño eterno.
Yo me quedé ahí parada, con mi mamá muerta y las llaves en la mano. Me sequé las lágrimas. Tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba triste y por otro me sentía feliz porque por fin se develaría el misterio.
Dejé la habitación y caminé por el pasillo con paso lento. El corazón me latía con fuerza. Me temblaba todo el cuerpo, tenía miedo, pues no sabía con que me iba a encontrar. Sentí que no estaba preparada todavía para ese momento. Nunca me imaginé tener la llave en la mano.
Me paré frente a la puerta, puse la llave, la gire y esta se abrió. Estaba un poco oscuro, por eso encendí la luz y lo que vi me hizo cerrar la puerta de un golpe. Se me aflojo el cuerpo, trate de recuperarme, debía ser más fuerte que nunca.
Conté hasta tres y volví a abrir la puerta, esta vez entré despacio y me acerqué, creo que él me sonrió. La baba le corría por la comisura de los labios, estaba en una silla de ruedas.
Mil preguntas llegaron a mi mente. ¿Quién era?, ¿Por qué mi mamá lo había ocultado todo estos años?...
En una mesita, había un sobre que decía: “Marina”. Lo abrí, y leí lo siguiente:

“Si estas leyendo esta carta es porque estoy muerta, espero que puedas perdonarme, él será recordado como el héroe que murió en la guerra y no como el lisiado que volvió de ella. El orgullo de la familia está en tus manos”.

Yo estrujé la carta y la dejé caer. Me arrodillé y me puse a llorar. Él, me tocó la cabeza. Parecía que entendía mi dolor. Lo miré y le dije:
Estoy feliz de que estés vivo, para mí eres un héroe, porque sos mí Papá y sin pensar le dije la misma frase de siempre: ¡¿Me entendiste?!
Tres golpes, fueron la respuesta.


Fin

Laura Quinteros
Cuento publicado en el libro
“Cuentos Que Surgen”
Octubre 2009







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